Llámalo por su nombre

Historias de los que se atrevieron a gritar "libertad" en Cuba


Por Ray Pascual

Yeremín Salcines Jane, el artemiseño que evitó un homicidio

Yeremín Salcines Jane es un muchacho instruido en el cristianismo. Noble y apaciguado. “Casi ni habla”, dice su esposa, quien también afirma que aquel turbulento 11 de julio de 2021, casi no se le oyó gritar consigna alguna, solo caminar pacíficamente.


Irma asegura haber visto, aquel mismo 11, el mayor episodio de violencia del que jamás será testigo.
Cuatro meses y pocos días después, se celebró el juicio de Yeremin Salcines Jane, su esposo, en el Tribunal de Artemisa, junto a otros 12 manifestantes. Jóvenes varones de entre 21 y 42 años fueron juzgados en sanciones que llegaron a los 12 años de privación de libertad.


Yeremin, a quién le pedían, por los delitos de desorden público, desacato y atentado, 14 años, que se resumieron en 10, recibió la segunda mayor condena de los juzgados en Artemisa.


Irma Ravelo es una mujer con una implacabilidad en la voz tan probada como su actitud ante las amenazas constantes que la seguridad del estado ha proferido contra ella por su constante activismo en las redes sociales y en los espacios públicos. Ha dicho a los oficiales de la seguridad en algunas de las reuniones a las que ha sido arrastrada: “Si alguna vez pedí libertad por los Cinco Héroes, ¿cómo no lo haré con mi esposo?”


Esta vez comenta que “la protesta fue pacífica. La gente se reunió inicialmente en el Parque de los Viejos. Luego fue al Partido y a la policía. Gritaban consignas, libertad, patria y vida, alimentos… Cuando la brigada antimotín bajó con todos sus atuendos, se nos fue el sol”.


Irma recuerda que a un ciudadano llamado Víctor le golpearon de formas brutales en la cabeza, aun cuando ya había caído al suelo. “Allanaron hogares, y de ahí se llevaban a la gente dándole golpes”.
Vio, junto a su esposo, como otro muchacho estuvo a punto de perder el ojo víctima del exceso policial.

Incluso, y lo rememora con una tristeza imposible de disimular, presenció una agresión a un anciano hasta provocarle traumas severos a golpes de tonfazos.


A Yeremin, su esposo, lo perdió de vista en las manifestaciones, luego de que se subiera a un camión que intentaba arrollar a los manifestantes pacíficos. Lo único que supo después, mientras indagaba con amigos y vecinos, fue una declaración tan inexacta como escalofriante.


“Irma, a tu esposo lo reventaron”


Con el alma en la boca se dirigió hacia el hospital municipal, plagado en heridos de las manifestaciones. Allí no estaba.


De camino a casa Irma se enteró que la policía había ordenado su propia captura. Se fue a casa de un familiar a burlar aquello. Era inconcebible dejar a su hijo solo, cuando su esposo estaba, cuando menos preso, cuando más, “reventado”.


El 14 de julio se presentó en la estación policial más cercana y no recibió sobre su esposo información alguna. Lo habían trasladado al Departamento Técnico de Investigaciones de Güanajay, en donde no pudo verlo hasta el día 20 de julio.


A pesar de que los instructores penales ordenaron expresamente que los cónyuges, durante el encuentro, no pudieran hablar de ningún tema relacionado a los sucesos del 11J, Irma inquirió por la salud de su esposo.


Una sutura de 7 puntos intentaba cerrar la cabeza de Yeremin. De la fractura en la muñeca y en el pie, aún no había podido recuperarse aquel muchacho de 32 años.


Poco tiempo después, Yeremin fue trasladado a la Prisión de Güanajay, en donde estuvo hasta hace poco tiempo. Por disposiciones arbitrarias de los jefes de la prisión –más por castigo al activismo de Irma en las redes que porque el reo hubiese cometido indisciplina alguna- Yeremin fue enviado a la lejana prisión de Cinco y Medio, ubicada en Pinar del Río.


Para el juicio- militarizado como si de un evento excepcional se tratara, a pesar de las insistencias del gobierno en asumir a los juzgados como presos comunes – más de una veintena de testigos fueron citados para reforzar la parte acusadora. En su mayoría policías procedentes de la capital, los cuáles jamás lograron reconocer físicamente a los acusados.


Los abogados de la defensa estuvieron formidables, quizás fueron los únicos que mostraron ética profesional y honestidad a la hora de ejercer su labor en aquella farsa de juicio.


Irma logró que le aprobaran tres testigos de la inmensa lista que propuso: un joven vecino, la propia presidenta del CDR, y el pastor que dirige la comunidad religiosa a la que Yeremin asiste desde su infancia. El testimonio de los tres fue desestimado.


El desorden público le fue achacado a Yeremin por el simple hecho de caminar por las calles de Artemisa junto a cientos de manifestantes.


El desacato, porque supuestamente las autoridades ordenaron a los manifestantes –en contra de toda legalidad constitucional- abandonar la protesta pacífica.


El atentado, por su parte, nace de un hecho más complejo. Inconcebible.


En un momento de la marcha pacífica, antes que se les apagara el sol, las brigadas antimotines hicieron entrada en un camión inmenso, que no dudó en acelerar su velocidad, a costa de atropellar a cualquier manifestante.


El pueblo le gritaba al chofer que atenuara la velocidad. El chofer hacía todo lo contrario, como si fuese una orden, como si lo estuviese incluso disfrutando. Un joven bicicletero cayó al suelo, a escasos metros del camión. La gente se llevó las manos a la cabeza.


Yeremin, un muchacho cristiano y noble, un muchacho que, como dijera su esposa, “es casi guanajo”, se trepó al camión y golpeó el cristal del chofer, intentando azuzarlo en la maquiavélica determinación que mostraba.


En una Cuba paralela, Yeremin Salcines estuviera en libertad. Y tanto el chofer del camión, como las boinas negras que golpearon a Yeremin casi hasta hacerlo desangrarse, estuvieran padeciendo los diez años de privación de libertad que hoy pesan sobre su cuerpo y su alma.

Esta sección está dirigida por el periodista independiente Ray Pascual.
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