Guyana y el “Camino Viejo”, una travesía mortal para los expatriados

Prisoners Defenders

Existen muchos casos de emigrantes de África en general, el Surinam, Angola, Camerún, Egipto, Haití o Cuba, entre muchos otros, que han utilizado como punto de salida en Sudamérica la Guyana para tratar de llegar a los Estados Unidos a través de un viaje que es llamado el “Camino Viejo”.

Este camino, denominado así por ser el más conocido, el más antiguo y el más transitado por los pueblos más humildes, debiera llamarse el “Camino de la Muerte”, pues la ruta que lleva a los Estados Unidos se cobra la vida de miles de personas y destroza la psique y el físico a otros muchos miles.

Este tortuoso camino pasa ineludiblemente por una ruta de expolio y tortura, transitando de Guyana a Brasil, luego a Perú, a Ecuador, a Colombia, a Panamá, a Costa Rica, a Nicaragua, a Honduras, a Guatemala, a México, y finalmente a la frontera con Estados Unidos.

Uno creería que el camino es elegible. La realidad no es así. Las mafias operan en una calculada ruta que va esquilmando al pobre emigrante, y que, dada la cantidad de personas que transitan, todos con las mismas características, está estructurada para ellos, y calculada para no desear jamás haber salido del país de origen, por mucho que, en éstos, Surinam, Angola, Camerún, Egipto, Haití o Cuba, las penurias sean horribles en la vida cotidiana. Aquí, en esta ruta cambiante, siempre hostil y amenazante, nunca se alcanza el máximo nivel de penurias. La siguiente meta es siempre y cada vez, más difícil, peligrosa y humillante que la anterior. Ningún viaje puede ser más terrible que el que se hace huyendo del terror, sin la familia, sólo, sin el idioma, y con un nivel descomunal de peligros y desconciertos.

No es difícil, tampoco, saber que esta estructura de terror y extorsión existe. Está, simplemente, consentida por las clases dirigentes. Aquello que hacen a estos inmigrantes, entre los que nos contamos los cubanos, es el menor de sus problemas políticos.

A. La salida de Guyana

Guyana es el punto de partida de muchos emigrantes hacia un viaje lleno de peligros. Para empezar, calcular los costes es imposible. Son ilimitados para un pobre. Siempre ha de quedarse varado. De eso trata el viaje, de extraer todo lo posible en cada momento, de cada emigrante.

Si se busca un transporte en autobús, por poner un ejemplo, y se le paga $200 por el coste del transporte, el dueño de este negocio enseguida indica que se necesitan $75 más, como coste extra, pues hay retenes, controles. En cada uno de ellos se debe pagar $25… en teoría. La forma de pagar los controles es metiendo dentro del pasaporte, para su revisión, los billetes, y así supuestamente deben dejarle a uno continuar. La realidad es bien distinta.

Cuando se entregan los $25 en el primer retén, los echan en una gaveta. Inmediatamente, ante la sorpresa del pobre emigrante, le dicen que no es suficiente. Hay que dar más, hasta 4 veces más. Si no, no se puede pasar.

El regateo, tan desagradable, no sólo se acaba comiendo los recursos ante la falta de capacidad de negociación. Con mayor o menor éxito en la negociación, los fondos vuelan para el pobre emigrante que no tiene apenas en el bolsillo nada que rascar. Los recursos enseguida se consumen. Es la primera tragedia del viaje.

Todos creen, antes de partir, que pueden partir con el dinero que tienen. La realidad es que nunca es suficiente, y siempre se consume, al poco de empezar, el total de los recursos, además de una manera cada vez más humillante y dura.

Los que pagan rápido, y así consumen gran parte de sus recursos, pasan, posiblemente se queden sin dinero en el siguiente retén, pero se trata de que los últimos entiendan que, para pasar, tendrán que rascarse el bolsillo hasta el último centavo. Se trata de quitarles todo lo posible.

Los que van quedando en la fila, que no quieren o no pueden pagar lo mismo, son arrinconados. Cuando sólo quedan éstos, comienzan las amenazas. La deportación, la agresión verbal, la humillación. Cada retén es un paso para la destrucción de la autoestima. El punto de máxima presión llega cuando enseñan las temidas esposas y amenazan con que irán detenidos a la deportación. Sacan las esposas, les dicen que vayan a buscar sus equipajes, y acto seguido le dicen al conductor que se vaya, para que te sientas presionado a pagar más dinero. En ese punto, al que los llevan de forma calculada, hay que pagar. Si no, les deportan. Fin del viaje. Y lo cumplen. Si no tienes dinero, no sirves.

Se trata de que, mientras estés en Guyana, y antes de llegar a Brasil, todo tu dinero se consuma. No es otro el juego. Como en un casino, la banca siempre gana, y trata de ganarlo todo, sin límite.

B. El paso por Brasil

Cuando se cruza la frontera de Brasil, en este país hay un trato diferenciado con las autoridades. Pero esto no quiere decir que no corras otros peligros de igual o mayor calado. Los asaltos, las estafas por parte de personas sin escrúpulos, son constantes.

Al fin se trata, una vez en Brasil, de alcanzar algún transporte en autobús que se dirija a Manaos. Desde allí, hay que coger un barco hasta Porto Velho, a ¡más de 1.200 kilómetros por vía fluvial! 6 a 7 días de travesía en barco por el río Madre de Dios, un afluente del Amazonas, pasando por Nova Olinda do Norte, Borba, Novo Aripuana, Manicoré, Tres Casas, Humaitá y finalmente Porto Velho.

De Manaos a Porto Velho

En Porto Velho, la travesía vuelve a tocar tierra. Hay que subirse de nuevo a un autobús para dirigirse a Assis Brasil, en la frontera con Perú, a 786 kilómetros y un día entero de viaje, prácticamente.

C. El paso por Perú

De nuevo el migrante tiene, otra vez, que caer en manos de las mafias, esta vez menos organizadas. Perú es un país de pobreza, pero no tiene el grado de maldad de otras zonas del hemisferio. Allí son pobres los migrantes, e igualmente lo son los “coyotes”.

Pasar la frontera de Brasil con Perú es casi surrealista. Debes montarte en una moto-taxi. La moto-taxi es una motocicleta con 3 ruedas, con la tracción trasera transmitida por una cadena a un eje artificialmente aumentado gracias a una carcasa que permite sentar a dos personas en la parte trasera.

La clave es que, dichas moto-taxis, transportan constantemente turistas de un lado a otro de la frontera sin que, por no causar un trastorno insoportable a todo el mundo, las autoridades frenen, en principio, a casi nadie.

Sin embargo, los migrantes también tendrán una sorpresa que, como en un roscón de reyes, o en una ruleta rusa, puede tocarle a cualquiera. No es lo normal, pero no es tampoco tan improbable que el coyote en cuestión no sea el apropiado, y se trate de alguien sin escrúpulos. Hay quien ha pasado la frontera inadvertido y, acto seguido, el mencionado moto-taxi entra en un callejón, normalmente carente de luz para dejar bajar a los migrantes. Si el coyote no es el adecuado, dependiendo de factores que sólo conocerá el coyote y las autoridades, la policía puede hacer acto de presencia en dicho callejón, al instante.

En ese momento, los migrantes cubanos verán como el agradable paseo en la amable moto-taxi acaba con una pistola de un policía peruano en sus sienes, con el único objetivo de arrancar todo el dinero que éstos puedan llevar encima. Las opciones son pocas. Si se detecta a tiempo, huir por la selva puede suponer peligros aún mayores. Se trata, por tanto, de tener suerte, u ojo, al elegir al coyote, así como que toque o no toque ese momento y para esas personas. El Camino Viejo, sin dinero, es una constante ruleta donde siempre, en todo momento, lo peor puede ocurrir. Y así ocurre para muchos miles.

Es casi imposible librarse de una u otra desgracia hasta llegado este momento. Todos los cubanos que han llegado hasta ahí han vivido ya momentos de temer por su vida, perder el dinero y parar a trabajar en cualquier pueblo inmundo, alargando la travesía meses, y todo tipo de calamidades.

Otras veces, el coyote vendrá al callejón, al rato, con un automóvil más moderno, los migrantes cubanos se montarán en él y les dirá que, desde ese punto hasta Puerto Maldonado, la siguiente escala del viaje, deberán encontrar cuatro retenes y cinco patrullas móviles. Los cuatro retenes entran dentro de la negociación con el coyote y forman parte del trato original negociado en Brasil.

Las patrullas móviles, una incógnita, siempre aparecen y siempre vuelven a poner el corazón en un puño. En cualquiera de ellas, las “autoridades” pueden y tienen la potestad de multar al incauto migrante cubano, que deberá pagar entonces 150 dólares de multa y ser, además, deportado de nuevo a Brasil. Sin embargo, el pago de 100 dólares en los bolsillos de las “autoridades” en muchos casos podrá arreglar la situación. En otros, simplemente no. Y vuelta a empezar, sin dinero y sin nada a lo que agarrarse. Meses de retraso, de nuevo, esperando un dinero de fuera o trabajando para hacer acopio de la cantidad para volver de nuevo a intentarlo.

Si no se dispone de los 100 dólares, las “autoridades” no dudarán en registrar a los migrantes y dejarlos sin nada, absolutamente a cero, de nuevo, pero al menos en Perú. Incluso los enseres personales sirven para pagar la deuda. Si ésta no se salda, las “autoridades” de Puerto Maldonado, ya en una comisaría, harán de nuevo lo mismo y tratarán de sacar todo aquello de valor que les quede, mediante un serio interrogatorio que haría pensar que el objetivo es atenerse a la Ley, pero no es así. El objetivo del interrogatorio no es otro que deducir si hay algún dinero o valor escondido que obtener del migrante cubano. De nuevo todo vuelve a los 150 dólares de la multa, o 100 para suministrar los ingresos que las “autoridades” requieren para “resolver” su vida económica. 100 dólares es el coste del salvoconducto que les darán las autoridades para proseguir el camino, 5 meses del salario de un cubano medio.

Tras pagar los 100 dólares, todos los migrantes acaban sabiendo que dicho “salvoconducto” no es un documento legal alguno, sino una estafa más del camino, por lo que se acaba con 100 dólares menos y en la misma precariedad legal que se estaba, expuesto a nuevos pagos de falsos salvoconductos y extorsiones varias.

Si todo ha ido “bien” hasta el momento, estafados y sin apenas dinero, hay que tomar un autobús hasta el Cuzco, casi 500 kilómetros y medio día completo de viaje, donde las penurias, el mal estado de salud debido a la precariedad, los cambios de agua y la escasa alimentación, necesaria para ahorrar todo el dinero posible, hará que lleguen en las perfectas condiciones para sufrir el “mal de altura” y decaer físicamente a un grado extremo.

Conviene, por tanto, seguir en autobús hasta Lima, a 1100 kilómetros y dos días de viaje.

Un nuevo autobús al norte los llevará, pasando por Piura, hasta la frontera con Ecuador, pasando por Suyo y en el camino a Macará otros 1.400 kilómetros de viaje y más de dos días de travesía. Antes de Macará, habremos de pasar la frontera.

D. El paso por Ecuador

Suma y sigue. Sin embargo, al menos este trayecto es el transitado por la población, el idioma es el español, y el cubano creerá haber dejado atrás estafas, persecuciones y penurias máximas. No es así. Lo que queda es muchísimo peor.

En la frontera con Ecuador, taxi amarillo los llevará al otro lado de la frontera.

Al llegar a dicha frontera, de nuevo, abundan los maleantes y estafadores, como parece que pasa en todos los tránsitos comunes de frontera. El emigrante es, en dichos pasos, la fuente de ingresos favorita para muchos desalmados. En dicho lugar la estafa está asegurada. No se conoce al cubano que no haya sido de nuevo estafado por estos taxis amarillos que, gracias a acuerdos con la policía, traen a los migrantes cubanos para que ésta les exija todo el dinero posible a cambio de hacer la vista “gorda”.

La solución a la ecuación es sólo una: dejarse robar y continuar el camino.

¿Cuánto dinero hemos gastado ya en este viaje? Miles. Es mejor que tengamos una importante fuente de financiación, o varias que, desde fuera y solidariamente, ayuden a costear un trayecto que es “millonario” para un cubano que además proviene de la Guyana. Así, el cubano se pasa todo el viaje llamando a quienes podrían dotarle de dinero. Mendigando, porque ha entrado en un trayecto imposible, fuera de su alcance, mientras su vida además ha corrido peligro en varias ocasiones, y aún va a correrlo mucho más a partir de ahora.

Tras ser robado como bienvenida al Ecuador por el taxi amarillo, se debe proseguir viaje por Macará, Cuenca, Ambato, Quito, Ibarra y Tulcán, hasta la frontera con Colombia. Otros 1.000 kilómetros y varios días de viaje por carretera. Suma y sigue.

D. El paso por Colombia

De nuevo el punto fronterizo vuelve a ser el punto de estafa para los migrantes cubanos. De nuevo la policía, el teatro de los coyotes y, al final, las llamadas al extranjero. Mientras, se duerme en la calle, como tantas y tantas veces en el trayecto, esperando que llegue la transacción. El celular es la vía de ingreso del cubano. Si no, pasarán meses hasta tener el dinero para volver a proseguir camino.

Una vez extorsionado y de nuevo en un autobús, se llega a Pasto, en Colombia. Un “salvoconducto”, esta vez real, cuesta muchos días de espera, o 20 dólares y recibirlo al instante, para poder continuar camino en autobús a Medellín. 800 kilómetros y dos días de trayecto en autobús separan Pasto de Medellín.

En Medellín, la siguiente etapa es Necoclí, a 380 kilómetros y 11 horas de autobús. Allí, una lancha lleva hasta Capurganá. Las lanchas no salen en cualquier momento, y hay que reservar la plaza en ellas. Los migrantes pueden tener que esperar días, hasta 10, esperando su oportunidad para tomar una.

El viaje se convierte en una vida de ingresos completa para el cubano. ¿Cómo es posible que se puedan plantear una ruta semejante?

Disidentes, defensores de los derechos humanos, se dan cita allí. Se encuentran, se conocen, se saludan, y todos ellos se dan pena. Han dormido en la calle, se piden dinero los unos a los otros, el celular, internet para llamar.

Un turista paga por ese trayecto en lancha 25 dólares. Por una extraña razón que hace que el ser humano quiera robar donde más miseria hay, hace que, al disidente, al migrante cubano, le cobren casi 50 dólares. Otro Potosí, casi 3 meses de ingresos en Cuba.

E. El paso a Panamá

En ese momento no existe otra ruta posible que entrar a la selva del Darién, pasando montaña tras montaña. La loma de la muerte, la loma de la miel…

Aquellos que tienen dinero pueden pagar a un coyote que los llevará por el Camino Nuevo. A estas alturas es impensable tener el dinero, y más con el aislamiento que tiene el cubano emigrante, como para poder acometer ese camino.

El Camino Viejo es la opción para los cubanos disidentes expatriados. Es mucho más largo y más peligroso que el anterior.

La peligrosa selva del Darién es famosa por las muertes, crímenes y desapariciones que han tenido lugar allí, sin que se haya sabido más de las personas que un día entraron en ella. Las bandas armadas de indígenas tienen, esta vez, un negocio más radical que los estafadores en frontera. Muchos se encuentran con ellas, y a todos les roban todas las pertenencias, a las mujeres las violan delante de los maridos. También es habitual que violen a los menores. Un cubano disidente expatriado no sólo vio como violaban a su mujer. Cuando quiso enfrentarse a los indígenas, también fue violado él mismo. Por respeto a la familia, a esta información no tiene sentido alguno que se relacione con un nombre propio. Pero sí es importante que la disidencia, en la isla, conozca que estos hechos son reales. Y que son lo habitual allí, no hablamos de excepcionalidades.

El camino a los Estados Unidos desde la Guyana, para un cubano, es en este momento, en la selva del Darién, según dicen algunos, peor que la cárcel en Cuba. Son muchos los que hubieran preferido en efecto ir a la cárcel por años y que el régimen cumpliera sus amenazas, a lo que pasaron por esta selva.

Es necesario, por tanto, y éste es uno de los objetivos de esta narración, que los activistas de derechos humanos en la isla conozcan que el destierro, si es el de la Guyana, o Trinidad y Tobago, cuando se conoce, para muchos una opción. No se trata de que es peligroso. Toda esta tribulación es la experiencia más desagradable que la mayoría de los activistas entrevistados que han pasado por allí han vivido en toda su vida, tras haberla pasado recibiendo palizas y detenciones por parte del gobierno de Cuba.

Otra causa de muerte habitual es producto de la picadura de la serpiente x, o mapaná. La mapaná (Bothrops atrox) es una de las serpientes más letales que existen. Esta serpiente es muy temida por su veneno, que es particularmente letal y de acción rápida. La picadura media tiene de 2 a 3 veces la cantidad de toxina letal a la que es tolerante el ser humano. Sin atención médica especializada, la muerte es producida en pocas horas.

la Selva del Darién, de Colombia a Panamá

La muerte más cruel la produce el hambre el cansancio tras ser asaltado y perderlo todo a manos de las bandas armadas de indígenas. Las largas caminatas por lugares extremos, barrancos y precipicios varios, todos ellos letales en caso del más mínimo despiste, exigen un gasto energético por el que el robo de las pertenencias puede ser letal.

Las trombas de agua en barrancos aparentemente secos que se convierten, sin previo aviso, en torrentes caudalosos y rabiosos, han quitado la muerte a decenas de personas de una sola vez. Hace apenas unos días 12 cubanos expatriados perdieron la vida de esta manera. [1]

La madre de Bárbara Enríquez, una señora mayor de edad de una familia hostigada que fue instigada y amenazada por el gobierno de Cuba, y acabó expatriándose, hace no mucho también fue arrastrada por una repentina creciente del río. Jamás recuperaron el cadáver. [2]

Una vez se llega a Bajo Chiquito, pasada la selva, es posible escuchar sin parar las historias más tristes que alguien pueda imaginar. La selva, literalmente como si estuviera protegiéndose del ser humano, que parece que todo lo destruye excepto aquello que se defiende de esa manera, es la fuente de cientos de desgracias familiares en dicho pueblo.

Es fácil ver a padres asolados porque en el trayecto han perdido a su mujer, que ha dejado huérfanos a sus hijos. Un grupo de disidentes cubanos que recientemente atravesó la selva, con iguales peligros que los mencionados, conoció a unas mujeres que pagaron 500 dólares para realizar una expedición en busca de una hermana que, al parecer, se encontraba con una gran inflamación en un pie, algo aparentemente simple pero que le impedía la marcha. Los expedicionarios trajeron a una mujer en mal estado, pero no era su hermana siquiera. Más tarde, en una segunda expedición, la encontraron muerta.

Bajo Chiquito es un pueblo insalubre, donde literalmente resguardarse en el porche de una casa de la lluvia y el fango, cuesta 3 dólares, ni siquiera en su interior. No existe alcantarillado y la falta de higiene provoca procesos infecciosos no desdeñables y peligrosos, con los que muchos ya han perdido la salud.

En estos pueblos indígenas dominados por las fuerzas militares de Panamá existen muy precarias condiciones de asistencia médica, en la misma posta militar. Donde debería estar el puesto médico, un gran cartel bien visible dice claramente: “No hay medicamentos, por favor no moleste”.

Cuando uno cree que ha llegado a un “puerto seguro”, comienza otra guerra contra los inmigrantes, las enfermedades, las estafas…

El paso al pueblo de Peñita se realiza en lancha. Ésta cuesta 25 dólares por persona, pero las colas son interminables, y la estancia en Bajo Chiquito no es un buen trago para quien, además, apenas tiene 100 dólares en el bolsillo. La forma de que te echen “una mano” es suministrarles 50 dólares a los propios militares.

Una vez se llega a Peñita, a base de disgustos, los emigrantes van olvidando a quién le dio la mano, agua y ayuda en la selva, o de quién la recibió. Es una jauría de inmigrantes pasándose unos por encima de los otros, toda una batalla de privilegios y discriminaciones en función del dinero que cada cual tenga para sobornar o alterar el orden de llegada y natural de las cosas.

Los servicios se cobran con intereses del 15% ó 20%. Recibir el dinero de tus familiares cuesta ese margen por el hecho de usar una persona nativa que pueda recibirlo. Los migrantes cubanos muchas veces acaban bebiendo agua en el río, algo que les pone en riesgos graves para su salud, por lo turbio de las aguas.

Evidentemente hay que salir de allí cuanto antes. Las penurias no sólo han acabado, continúan con igual intensidad o superior que en muchos trayectos del viaje. Dada la escasez de dinero, la alimentación es una al día, y todo cuesta lo que el cubano no puede pagar. El agua potable que organismos como las Naciones Unidas donan para colaborar con esos pueblos se venden a precio de oro. Y, así, ese pequeño infierno de aprovechamientos que se dan en las fronteras de cada país, en esta parte del trayecto son exacerbadas.

En peñita a las 8:30 o 9:00 de la noche suena un silbato como si fuera un toque de queda. Es la señal para que los “inmigrantes” se dirijan a su “casuchas” a dormir. El régimen es militar, y hasta en eso se padece.

En esos momentos, un alto porcentaje de los que allí se encuentran han perdido a familiares, han enfermado, les han robado, y están en paupérrimas condiciones, como resultado de la selva del Darién.

Unos cubanos aún recuerdan cuando el Presidente de Panamá visitó Peñita. Como si un decorado de Hollywood fuera, aparecieron medicinas, médicos, se pusieron unas carpas, y todo se acondicionó. Cuando éste se fue, todo se desmanteló con la misma o mayor rapidez con la que fue montado.

En Peñita, si los familiares le envían dinero a uno, es posible volver a comprar el celular a quien te lo robó, un indígena, o a un intermediario. Tu mismo celular, con tus contactos y todo como estaba. Y los militares fomentan este comercio ilegal.

Todo en Peñita y la selva del Darién es un contubernio, aún más sórdido que los controles de salida de Guyana, o los pasos de frontera. Donde más vulnerables están los migrantes, es donde las mafias más explotan la situación, provocando muerte, desolación y tristeza. El migrante no sólo tiene que sufrir la selva. Además, debe soportar al ser humano que sin piedad se aprovecha de esa situación extrema. Todo se entiende al llegar a Peñita. Todo es un montaje, una extorsión, un aprovechamiento. No se puede decir gubernamental. Más se puede decir que allí no llega gobierno ni control alguno, porque los inmigrantes no votan en Panamá, el foco por supuesto no está en su bienestar, en su protección. Y las mafias, incluida la militar corrupta, aprovechan esta situación.

En Peñita también hay una guagua. Ésta lleva al último retén militar, el de Chiriquí. Supuestamente cuesta 40 dólares. Pero otra vez para no vivir una eternidad de espera, los que pagan un extra a los militares son remunerados con un importante adelanto en la posición de espera. Los cubanos no son el pueblo menos culto de cuántas gentes por allí pasan. Más bien se podría decir que, al contrario. Sin embargo, todas esas otras personas vienen, usualmente donde el salario mensual mínimo no es de 9 dólares al mes. Cualquier inmigrante tiene más dinero que ellos. Por eso el cubano, que no puede pagar a los militares, se monta en la guagua, pagando el precio nominal y por solidaridad de alguien de fuera en el exilio, o incluso de la isla, pasados los días que a los militares les viene en gana.

E. Ya la ruta sigue, y con ella el olvido del mundo

Este viaje infernal, el Camino de la Muerte, es la expatriación a la que están obligando a cientos de cubanos disidentes, activistas de derechos humanos, periodistas independientes, religiosos, críticos, artistas contestatarios. De todos ellos tenemos representación testimonial directa en la denuncia ante las Naciones Unidas que hemos presentado.

La siguiente fase del camino los llevará a Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México… Dicha parte de la ruta no tiene menores dificultades que las anteriores. Se duerme en la calle, se come una vez al día, cuando se come, se pasan calamidades, y se llama por teléfono a diario para pedir ayuda para proseguir el viaje y no quedar varado como pasa durante semanas y meses.

Un infierno que no acaba. Al final, el objetivo es llegar a la frontera con los Estados Unidos, donde nadie por defecto les dará crédito como defensores de los derechos humanos y perseguidos, salvo que muchas personas se movilicen para ello con gran intensidad.

Y llega otra parte muy triste para este ser humano. El activista de derechos humanos que, por las circunstancias que hemos visto, se ve obligado a emigrar, no es ya mirado de la misma manera por organismos y organizaciones diversas… Sufre, si no un ostracismo total, al menos sí uno parcial que le coarta mucho las capacidades de poder obtener solidaridad. Se convierte en un mendigo sin carta de recomendación, sin historia, más que la que él o ella recuerden…

La situación no puede ser peor y más indignante. Dejó 4, 8, 10 ó 20 años de su proyecto vital por dar la vida y luchar por los derechos de los demás ciudadanos de su país, y ahora, teniendo el mismo derecho que todos los que salieron antes que él a decir “basta, quiero vivir, no puedo ver a mi familia morir”, resulta en cierto modo discriminado y tiene aún menos acceso a la ayuda y solidaridad, además de una situación tan precaria que apenas le permite contactar con quien pudiera dársela.

F. Requieren el máximo apoyo

No es posible describir la injusticia humana y la incomprensión que abunda. Aun así, las conversaciones que hemos tenido con todos los declarantes de esta denuncia nos han emocionado hasta el llanto una y otra vez a quienes hemos tomado los testimonios. No hay odio, no hay reproche. Sólo hay lo que siempre hubo en ellos, deseo de luchar, seguir luchando, esta vez por su vida, por tener una vida mejor, y siempre un espacio para pensar por los demás, por su pueblo y por sus hermanos de lucha en la isla.

Cierto es que el régimen de los Castro les arrebata todo en esta vida, pero no les consigue introducir ni la maldad ni el odio en sus corazones. Estos no son los ciudadanos que salieron con odio, dolor, y jamás lo perdieron en el exilio. Son mártires, acostumbrados a una vida de mártir, e incluso en su supuesta deshonra, claudicar en la lucha por los derechos humanos, mantienen la misma calidad humana que les hizo ejemplo en Cuba frente a una horrible y perversa violación sistemática de los más básicos derechos humanos desde el omnímodo poder político. Si el régimen les quiere desactivar no sólo al impedirles estar en la isla, sino al sacarlos como los sacan, amenazando además a su conciencia con la “posesión” de sus familias como rehenes en Cuba, estos seres humanos ejemplares necesitan, ahora, de un apoyo para su activación, porque su calidad humana sigue ahí, intacta en la gran mayoría de los casos, y su aportación es valiosísima para comprender cómo podemos combatir la barbarie que sucedía contra ellos en Cuba y sigue sucediendo contra sus compañeros, y la deuda con ellos deben permitirnos darles, al menos a ellos, algo de justicia social.


[1] Más de una decena de cubanos mueren ahogados por la crecida de un río en el Darién:
http://www.diariodecuba.com/cuba/1559868692_46826.html

[2] Una cubana de 81 años desaparece en la selva del Darién:
http://www.diariodecuba.com/cuba/1559514294_46731.html

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